jueves, 16 de diciembre de 2010

Desde la tormenta...

¿Quién se puede proclamar libre de temores? ¿Acaso alguien estuvo alguna vez limpio de pecados? Mientras vamos a la deriva en este torbellino en que se ha convertido nuestro mar, recluido en mi eterno camarote, a prueba de toda filtración, me sumerjo una vez más en cavilaciones y pensamientos sin resolución que vuelven a enfermarme, que vuelven a dañarme, que no me dejan en paz. Los fantasmas de viejas batallas reaparecen, se hacen carne al pasar los minutos, se incorporan una vez más a mi día, y en mis noches de soledad oceánica, libran una vez más la guerra de los sentidos.

Mis pecados han sido muchos, he de reconocerlo, mi capacidad de maniobra siempre logró disimular mis errores pero, aún así, hay algunos que hoy pasan factura, que han llevado a encallar las naves en sitios insospechados, y que hoy ante el recuerdo añoro como a los mejores puertos donde he estado.

Los miedos son caso aparte, haber creído toda la vida ser un temerario me ha llevado a descubrir en estas horas la mentira que imponía con esa idea; las últimas horas demuestran que uno puede tener miedo a lo más frágil, a lo más débil, que hay una llama que enciende el dolor en un lugar hasta hoy desconocido; un dolor que ahora se presiente como eterno acompañante de vida, el malestar de no estar al lado de aquello que uno ama, el sufrimiento de saber que los minutos pasan aún cuando uno está en la lejanía.

Y, mientras más lo pienso, más certeza tengo de que no debí levar anclas en el último puerto...

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